Una crisis de esperanza
Actualizado: 1 sept 2023
En colaboración con: Bruno de Coratella
Es un gran error simplificar la crisis ambiental a algo que se resuelve reduciendo el número de personas, aquí te explicamos porque.
Reducir la población para reducir los problemas del mundo no es cosa nueva. Thomas Malthus, en su Ensayo sobre el principio de la población (1798) propuso dos formas para contrarrestar el desequilibrio entre el crecimiento de la población y los recursos para sostenerla:
Reducir los nacimientos
Incrementar la mortalidad mediante guerras, hambre, enfermedades. Una especie de “selección natural”
Siglos después, Paul Ehrlich, heredero de sus principios, retrató en su bestseller de 1968 “The population Bomb”, una catástrofe mundial donde el crecimiento poblacional mataría de hambre a millones de personas para los años 70’s y 80’s y urgía a los gobiernos y ciudadanos a tomar medidas extremas de control natal…ninguna de sus predicciones se materializó pero la misantropía se sembró y llegó para quedarse
Hoy podemos ver un montón de ejemplos del Neo Malthusianismo en dos vertientes:
El Neo-malthusianismo de “arriba hacia abajo”, que involucra a gobiernos u organizaciones internacionales
El Neo-malthusianismo de “abajo hacia arriba”, encabezado por los movimientos que promueven la reducción poblacional mediante una decisión voluntaria.
Por otro lado, si durante siglos, filósofos y científicos han abordado la mera existencia como algo desolador, es esperado que ese pensamiento permee en nuestro entendimiento de la realidad. Por ejemplo Schopenhauer decía: "¿No preferiría un hombre tener la suficiente simpatía con las generaciones futuras como para librarle de la carga de la existencia?” Otro estandarte del pesimismo europeo, E.M. Cioran afirmaba: "La única, la verdadera mala suerte: nacer"
Por lo tanto, hoy en día, en medio de mútliples crisis humanitarias y económicas, vemos todo con un matiz pragmático, donde el mero hecho de traer vida al mundo es un acto egoísta, teniendo la oportunidad de “librar del dolor” a las personas por nacer. Esta postura se queda cortísima en su “empatía”, al valorar solamente desde una perspectiva racional la “conveniencia” de procrear, para finalmente concluir que la vida es una imposición.
¿De verdad somos una plaga?
Un gran error es simplificar la crisis ambiental en algo que se resuelve reduciendo el NÚMERO de personas, en lugar de indagar en CÓMO se distribuye el consumo
El 1% más rico del mundo emite 107 veces más carbono per cápita (CO2) que el 50% más pobre.
Los 10 países con mayor hambre del mundo generan solo el 0.08% del CO2 global total.
De hecho, el consumo es tan desigual, que tres o cuatro mil millones de personas adicionales en la mitad más pobre del mundo difícilmente harían un impacto en las emisiones globales.
La crisis ambiental es una crisis de esperanza, porque:
Cuando creemos que somos una plaga, no nos vemos como personas íntimamente conectadas con nuestra casa común (la tierra) y eso nos impide pensarnos como parte de la solución.
Los principales países e industrias responsables de la crisis ambiental, depositan el peso y la culpa en la gente en lugar de responsabilizarse de sus prácticas.
Pero la esperanza, la encontramos contigo y conmigo
Tu existencia y la de tus hijos, es esperanza.
Las nuevas generaciones nos permiten replantear con ojos nuevos, los modelos que durante siglos han explotado recursos naturales, animales y humanos. Si dejamos de medir todo en términos de consumo, podremos dejar de entendernos como objetos de consumo y de descarte y evaluarnos como UN TODO interrelacionado.
Historias de esperanza
Un ejemplo de esperanza son 39 pueblos en México y 19 en Guatemala que apostaron por producir su propia energía eléctrica y la articularon con sus proyectos de vida en colectivo.
Son ejemplo, no porque estén comprando más “responsable” o teniendo menos hijos, sino porque están cambiando la forma en que se relacionan, entre ellos mismos y con la naturaleza, construyendo cooperativas para generar su propia energía, sin depender ni darle más poder a las grandes empresas, o a los gobiernos. Y no son los únicos, se han registrado ya 700 iniciativas energéticas comunitarias en América Latina.
Así, llenos de esperanza y de ejemplos de esperanza, cada acción que tomamos puede ser un acto de amor, incluso el tener hijos.
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